El ataque, la ejecución extrajudicial, las desapariciones forzadas en contra de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa en Iguala, no son resultado de la ausencia del Estado, ni de un hecho aislado o producto de malos funcionarios, mucho menos de la infiltración del narcotráfico en las estructuras del Estado, es el resultado de la política sistemática de violaciones a los derechos humanos en contra de todos los mexicanos y una muestra inequívoca de la estrategia de represión dirigida contra el movimiento social organizado, la cual se constituye en terrorismo de Estado.
Tal afirmación se demuestra con el fallo de la audiencia temática del Eje de Guerra Sucia como violencia, impunidad y falta de acceso a la justicia del Tribunal Permanente de los Pueblos Capítulo México, que se llevó a cabo en Santa Fe de la Laguna, Michoacán.
Los jueces internacionales condenaron al Estado mexicano por su participación directa e indirecta, por acción y por omisión, en la comisión de crímenes de lesa humanidad: asesinato; cárcel, torturas y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes, persecución de grupos o colectividades con identidad propia fundada en motivos políticos, desaparición forzada de personas y ataques contra defensores de derechos humanos, también condenó al Estado mexicano por la represión a los movimientos sociales en México y la criminalización de la protesta social, en desmedro de las libertades de expresión, manifestación pública, asociación y reunión.
Las ganadoras del premio Nobel de la Paz en el marco de dicha audiencia temática llamaron a los gobiernos de México, de América Central y a la comunidad internacional a poner fin a la llamada “guerra contra las drogas” que, señalan, ha resultado en un sufrimiento humano a gran escala, nos dicen que: “En vez de controlar la oleada de las drogas, las políticas actuales han llevado a una mayor corrupción por parte de autoridades estatales y a una cultura de impunidad para los crímenes como las desapariciones [forzadas]”
Ante los inhumanos hechos ocurridos en Iguala, la Organización de las Naciones Unidas se ha sumado a la condena internacional y ha declarado que estos hechos “coloca lo acontecido entre los sucesos más terribles de los tiempos recientes y nos compele a hacer un llamado humanitario a quienes tienen en su poder a las personas desaparecidas a que respeten la integridad y la vida de los jóvenes, los liberen de manera inmediata o, en su caso, hagan posible su paradero”.
También la Comisión Interamericana de Derechos Humanos emitió las medidas cautelares 409-14 instando al Estado mexicano a determinar la situación y paradero de los 43 estudiantes identificados, con el propósito de proteger sus derechos a la vida y a la integridad personal.
Cabe resaltar que no es la primera vez que los estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos han sido víctimas de otras graves violaciones a los derechos humanos por parte del Estado mexicano, recordamos que el 12 de diciembre de 2011, dos de sus miembros fueron ejecutados extrajudicialmente por policías estatales durante una manifestación pública, hecho que ha quedado en la impunidad; la Federación Mexicana de Estudiantes Socialistas de México (FECSM) a la cual pertenecen ha sido a lo largo de muchos años víctimas de campañas de desprestigio, estigmatización, detenciones arbitrarias y tortura que han generado un clima de impunidad propicio para reprimirla.
En este caso se configura la desaparición forzada debido a que los normalistas fueron detenidos por agentes del Estado seguido de la negativa a reconocer el acto y el ocultamiento del paradero de dichos estudiantes.
Son ejecuciones extrajudiciales debido a que agentes del Estado o vinculados a este cometen una privación ilegítima de la vida; por tanto se define como un “homicidio doloso perpetrado o consentido por personas cuya ilegítima actuación se apoya, de manera mediata o inmediata, en las potestades del Estado”.
Ante lo expuesto anteriormente el Comité Cerezo México exige al Estado mexicano:
Comité Cerezo México
Premio de la Paz de Aquisgrán 2012 (Aachener Friedenspreis)
“Porque ser defensor de los derechos humanos no es sinónimo de terrorista”