Por el equipo de Indignación
De cómo en la conversación se comparten y siembran las semillas de rebelión y resistencia
Aviso que esta presentación no es solamente obra de mis reflexiones y pensamientos en solitario. Agradezco a las personas que me escucharon leer en voz alta las líneas de Rebelión y resistencia del pueblo maya/ Tsikbal: don Roli, Israel, Wado, Kinich y Eliana. Agradezco también a Bety, Randy, Pepe, Raúl, Martha y Cristina su generosidad para compartir por medio del libro sus conversaciones sobre nuestro pueblo maya. Les agradezco también que me hayan invitado a presentarlo y que quienes estén conmigo en esta mesa sean Ella Fanny Quintal Avilés (mi maestra) y Raúl Lugo Rodríguez (capellán del pelotón de resistencia en que se ha convertido mi familia extensa). Ofrecidos los agradecimientos, pasemos a la conversación sobre el libro.
Para conversar suele ser útil que alguien haga preguntas y otra u otras personas tengan otras preguntas o respuestas sobre el tema, persona o pueblo en cuestión. De manera que el procedimiento para esta presentación es sencillo (que no simple): ofreceré las preguntas y respuestas que el libro fue suscitando o resucitando mientras, con otras y otros mayas, iba caminando los rumbos de la tsikbal. Van las preguntas y sus respectivas respuestas. ¿Qué tan honda es la raíz de la rebeldía y la resistencia entre nosotros, los mayas del presente?
La primera vez que me hice una versión de esta pregunta vivía en Chacsinkín, Yucatán. Era 1994 y estaba haciendo la investigación para mi tesis de maestría, misma que asesoró Ella Fanny. Entrevisté a muchas personas y a muchas les hice la naive pregunta acerca de si se sentían mayas. La inmensa mayoría respondió que sí. Pero además, hubo un hombre que en vez de responderme sí o no me preguntó: “¿Sabes quién fue Jacinto Canek?”. Recuerdo que la cuestión me descolocó bastante porque, como en las películas de policías y ladrones, el que hacía las preguntas era yo y, además, según mi lógica académica de aquellos entonces, don Aureliano se estaba saliendo del tema. A don Aureliano no pareció inmutarle el gesto de extrañeza con el cual le respondí que sí, que conocía la historia de Jacinto Canek y de inmediato me explicó: “Era chingón, peleó en la Guerra de Castas y ganó a los ts’uules”. En ese mismo instante estuve tentado a decirle que seguramente estaba confundido porque la rebelión de Jacinto Canek ocurrió en el siglo XVIII y la Guerra de Castas en los siglos XIX y XX, además Jacinto no había ganado pues su rebelión fue aplastada y él mismo fue descuartizado en la plaza grande de esta racista ciudad de Mérida. Intuí que algo había que yo no entendía tras la certeza y seguridad con que don Aureliano me contó los detalles de la rebelión de Canek en la Guerra de Castas y de cómo participaron los chacsinkienses, así que no hice ninguna de las aclaraciones que en aquel entonces yo consideraba pertinentes y que ahora, desde el nosotros maya de la resistencia ancestral, entiendo como una impertinencia de aquel antropólogo que fui.
Hace unos días, mientras descansaba de reunir piedras y romperlas para que don Roli y su hijo Israel construyeran una pila de agua que servirá como herramienta en la resistencia contemporánea, empecé a leerles el libro. En cuanto vieron la portada y escucharon el título, padre e hijo intercambiaron miradas de inteligencia y don Roli preguntó: “¿En este libro está la historia de Jacinto Canek?”. Para ocultar mi emoción tras la pregunta les dije que lo vería en el índice y empecé a leer en voz alta. Sí, la historia de Canek está. Ambos sonrieron. Sus sonrisas se ampliaron cuando de la página cinco de libro leí estas palabras: “No somos los vencidos, ni estamos acabados y mucho menos hemos desaparecido”.
Deduzco de esas reacciones nuestras que los mayas de hoy seguimos viendo con esperanza el día de ser libres de verdad. Para nosotros la larga lucha por la libertad se coloca en los muchos millones de rayas que hacen los años del urich, el caracol, de nuestra historia. De tiempo en tiempo la rebeldía brota y se convierte en guerra y otras solamente siembra los granos de maíz y recoge las hojas de xtés que alimentarán nuestra fuerza, llegado sea el día. La memoria nuestra no solamente guarda un recuerdo de lucha, sino el cómo se construye esta y hacia dónde se dirige porque es un camino no el lugar a donde hemos de llegar.
Un día después de leer a don Roli e Israel la introducción del libro, mientras repasaba los ojos por los textos de Diego de Landa que en este libro se reproducen, recordé que hacía días tenía pendiente pedir a Wado que me mostrara la planta de xtés. Me llevó a buscar algunas matas e hicimos, a manera de experimento, una sopa y esta nos dejó el sabor delicado de una planta que hoy para muchos es solamente hierba mala que crece a la vera de los caminos. Recientemente Wado y yo estudiamos un artículo publicado por biólogas del Centro de Investigación Científica de Yucatán y aprendimos que en tiempos previos a la llegada de los invasores españoles, el xtés era cultivado en extensiones importantes y era considerado comida de guerreros. Un jefe ts’uul, cuyas noticias se leen en el libro que ahora presentamos, prohibió en 1519 la siembra de esa planta que muchas fuerzas daba a nuestros antiguos. Hernán Cortés, so pretexto de que el xtés (ustedes lo conocerán como amaranto o quelite) era planta asociada a cultos paganos, ordenó castigos severos para quienes se atrevieran a sembrarlo. No logró erradicar la siembra, nuestros pueblos mesoamericanos, y el maya entre ellos, siguieron sembrando esas y otras semillas a escondidas, en clandestinidad, sin bulla, como muchas de las cosas que hemos hecho para vivir como pueblos. Varias personas que ahora me escuchan y las que después lean estas líneas, saben a qué me refiero cuando digo que la agricultura y el cuidado de las semillas y las especies han sido parte importante de la resistencia maya, Landa y Cortés lo sospecharon, incluso trataron de evitarlo, pero nunca lo lograron. Ahora Monsanto lo intenta, y también ha sido y será derrotado.
Creo que esos ejemplos, que se suman a la ilustración paradigmática de los pueblos mayas que forman el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, sirven para atisbar una idea sobre el calibre de la rebeldía y la resistencia maya recorridas en las páginas de este libro. Eso es lo que nos ofrece este tsikbal: un cerro, un múul para pararnos y desde allá ver el lak’in, el chik’in, el xamán, el nojol y el chum taan de nuestro pueblo que lucha con el amor que ofrece “para todos todo, nada para nosotros”.
La segunda pregunta con que quiero hilvanar esta conversación salió de las bocas de un niño y una niña nacidos en medio de la globalización del capitalismo. Me preguntaron mis hijos: ¿Somos mayas? Les ofreceré un poco de contexto para que comprendan la dificultad que para ellos o para cualquier persona (incluso los así llamados científicos sociales) entraña la pregunta. La madre de ellos nació en los Estados Unidos, los antepasados de ella fueron judíos que escaparon de la persecución nazi. Por otra parte yo llegué a identificarme, tardíamente, maya a pesar de que mis cuatro abuelos hablaban el idioma de estas tierras. Ustedes comprenderán, o tal vez no, el terrible peso que la discriminación descarga sobre las espaldas del pueblo maya yucateco y los individuos que decidimos o no formar parte de él.
He respondido a mis hijos que sí son mayas y, en cierta forma, lo son o lo serán al modo de Gonzalo Aroza, mejor conocido como Gonzalo Guerrero. Habiendo nacido en la tierra de los invasores, él decidió luchar al lado de los invadidos; pudiendo emplear sus conocimientos militares para despojar, los empleó para defender al pueblo que le salvó la vida. De algún modo eso ayuda a responder a las preguntas y dudas que las, así llamadas, poch mayas coautoras del libro se plantean en relación con su ser o no mayas. Sí son, han decidido serlo y han trabajado duro para lograrlo. Su arduo trabajo nos ha regalado una verdadera herramienta educativa en forma de libro. Por medio de esta conversación sobre nuestra historia verdadera nuestros hijos e hijas tendrán una ventana a la dignidad, el valor, la osadía y la inteligencia de un pueblo, el nuestro, capaz de mantener la ternura, la humanidad y el religioso amor a la naturaleza en medio de los horrores de la guerra, la destrucción y el despojo.
El final del libro nos hace volver al principio, a la palabra de nuestros antiguos donde se guarda la sabiduría, la dignidad y el honor de un pueblo que vive y tiene nombre más allá de la muerte y el olvido que sus opresores de antes y de hoy le ofrecen. Encontramos la filosofía del Popol vuj, la historia contada por mayas en las líneas del Memorial de Sololá, la profecía de los Chilames, la poesía de los cantares de Dzitbalché, las cartas de la memoria militar de los rebeldes de la Guerra de Castas y otros documentos que adquieren valor de testimonio ante los ojos de quien a su pueblo busca.
Al principio vuelvo. Merece celebrarse un libro escrito en español (a menudo arma de engaño colonial) por mayas que decidieron serlo a pesar del escarnio apenas disimulado de sus opresores y a contracorriente del desprecio manifiesto de algunos de sus iguales. Como todo acto de dignidad rebelde y en resistencia, este es un aliento de vida, es la vista puesta donde debe mirarse, es la herramienta o el arma transformada, el símbolo resignificado, la palabra resurrecta o, mejor, insurrecta.
Recomiendo su lectura y con ello no me refiero a solamente quedarse con las interpretaciones que ofrecen Bety, Randy, Raúl, Martha y Cristina. Me refiero a la lectura de usted que no escribió las palabras que forman las páginas de este libro. Esa, su lectura, es la que dará vida a estas hojas en el calendario de la transformación de México y el mundo en un lugar donde ser opresor sea marca de vergüenza y no maldad que, como ahora, es cubierta de honor falso y dinero mal habido.
Si me permiten otra sugerencia, les pido que se beneficien de la lectura y conversación colectiva de y con este libro. Así lo sugiero, pues en mi ejercicio de leer con otros encuentro una experiencia espiritual reconfortante al ver en los gestos y miradas de jóvenes, adultos, ancianos y niños el reflejo vivo de un pueblo con pasado y porvenir. Más aún, de las preguntas que juntos cultiven hasta encontrar respuestas, cosecharán alternativas que les permitan ver que no estamos condenados a vivir como destino la tragedia que hoy el capitalismo nos ofrece con engaños.
A través del amarillo ceniciento y quemante del sol, ya el viento trae el olor del agua, es tiempo de preparar la siembra.